UN EXCELENTE FILM
La película de Dennis Villeneuve es un festival de felices ideas visuales
con ecos de Kubrick, que combina los temas de 'Contact', la ambición de
'Interstellar' y el mesianismo de 'El Árbol de la vida' o 'Señales'; y cuenta
con una Amy Adams que es carne de Oscar.
por
Manu Yáñez (Venecia) 01-09-2016
¿De qué va?. Louise Brooks (Amy Adams) es una reputada
experta en lingüística que debe afrontar la trágica pérdida de su hija. Tocada
por el abatimiento, asiste asombrada a la llegada de 12 naves alienígenas que
se sitúan en diversos puntos del planeta. Reclamada por el ejército, Louise
viajará hasta Montana, Estados Unidos, junto al científico Ian Donnelly (Jeremy
Renner), para intentar establecer una comunicación con los “visitantes”.
¿Y qué tal?. A medio camino entre el cine de encuentros con
extraterrestres (“Contact”, “Señales”) y el drama psicológico de tintes
fantásticos –no tan lejos de los laberintos de “Enemy”, del propio Denis
Villeneuve–, “La llegada (Arrival)” maneja con habilidad las idas y venidas
entre la dimensión humana y la escala cósmica de sus muchas y ambiciosas tesis;
sin embargo, en su recta final, las nobles ansias de grandeza del relato
conducen al film hacia un mesianismo algo ampuloso. Cabe decir que Villeneuve
no ha sido nunca un cineasta de la ligereza: su ambición es la de revelar algo
profundo sobre la existencia humana. En “La llegada”, esa “verdad” está
vinculada a dos planteamientos centrales: por un lado, la celebración de la
comunicación como sostén político, moral y existencial de la sociedad y la
naturaleza humanas; por el otro, un estudio de la pérdida de un ser querido
sostenido por equilibradas dosis de romanticismo y fatalismo.
Basada en el relato “Story of Your Life” de Ted Chiang, “La
llegada” se hace fuerte en su optimista y argumentada defensa del valor del
lenguaje como arma pacifista. Rompiendo con la idea de que los alienígenas
hablarán nuestra lengua –una noción ampliamente explotada por la ciencia
ficción–, la película consigue hacer de las trabas para la comunicación su
eficaz leit motif narrativo. No solo importa el “contacto” con los aliens, sino
también el utópico entendimiento entre las naciones del mundo, y por último, y
sobre todo, el vínculo entre una madre (Amy Adams) y su hija fallecida. Como en
gran parte de la ciencia ficción, “La llegada” aspira a ir muy lejos para
entendernos a nosotros mismos, y en este caso el instrumento para ese “viaje”
es el lenguaje. En cierto modo, la lingüística juega en “La llegada” el rol que
las teorías cuánticas y la relatividad tenían en “Interstellar” de Christopher
Nolan. Y en ambos casos, el rigor científico funciona mejor que el
desbordamiento emotivo, aunque ambos son igualmente relevantes para la
confección de los trascendentales argumentos de ambas películas.
Si “La llegada” consigue emocionar al espectador es gracias
al excelente trabajo de una Amy Adams sobresaliente en su papel de científica
que busca su camino en el ojo de un huracán emocional y existencial. Adams
pertenece a la estirpe de las actrices-oxímoron: intérpretes de quebradiza
dureza, actrices aferradas a un coraje que solo parece posible desde la más
absoluta fragilidad. En “La llegada”, Adams recuerda vivamente a la otra gran
actriz-oxímoron del cine actual: Jessica Chastain. De hecho, se diría que el
personaje de Louise Brooks parece una combinación perfecta de los encarnados
por Chastain en “Interstellar” –la científica comprometida emocionalmente con
su misión– y en “El árbol de la vida” de Terrence Malick –la madre devota y
sufrida–. Aunque la comparativa más interesante surge al vincular a Adams con
dos personajes a los que dio vida Jodie Foster. Primero, el más evidente: la
Eleanor Arroway de “Contact”, de quién el personaje de Brooks toma prestado el
coraje para lanzarse al vacío en su búsqueda de respuestas a dudas personales y
universales. Luego, otro más sutil: el de la Clarice Starlingde “El silencio de
los corderos”, de quién Adams hereda aquel mágico equilibrio entre fascinación
y terror en el diálogo con lo desconocido (aquí, unos aliens en lugar de un
psicópata caníbal).
Impecable en su vertiente audiovisual, “La llegada” deja en
la memoria del espectador algunos destellos kubrickianos: una mujer caminando
por el pasillo circular de un hospital, o una estancia de color blanco como
apoteosis de un misterio de calado filosófico (imposible no pensar en “2001:
Una odisea del espacio”). La película ofrece un ajustado suministro de
parafernalia digital, comenzando por unos aliens heptápodos, aunque la imagen
más poderosa del film –mucho más que los insistentes insertos que reconstruyen
la relación entre madre e hija– es la del guante del personaje de Jeremy Renner
tocando la superficie de la nave alienígena: un elogio de la cualidad táctil,
física, de la aventura. Una odisea que, como se apuntaba al inicio de esta
crítica, peca en su conclusión de un cierto exceso de solemnidad y de fanfarria
emocional/trascendental, a medio camino entre el maximalismo intimista de las
últimas películas de Terrence Malick y la grandilocuencia del final de
“Señales”, aunque cabe matizar que la película de Shyamalan ponía en juego un
sentido del humor que no tiene lugar alguno en “La llegada”. (Fuente: Fotogramas)
