LA
LUFTWAFFE QUE NO CONOCIMOS
A pesar
de que dentro del estudio del fenómeno ovni la hipótesis más extendida sea la
de su presunto origen extraterrestre, existen numerosos expertos que opinan que
hay suficientes razones de peso como para considerar que en muchas ocasiones
nos encontramos ante aparatos fabricados por el ser humano.
Durante
el mes de diciembre de 1944 corrían intensos rumores entre las fuerzas aliadas
sobre el desarrollo por los alemanes de nuevas e increíbles armas secretas
llamadas a cambiar el curso de la contienda. El autor Renato Vesco, en un libro
de una gran riqueza técnica aunque muy poco conocido titulado Intercetelli
sensa sparare, defiende la existencia real de inéditos desarrollos aeronáuticos
construidos durante las postrimerías de la guerra en las instalaciones de la
Wiener Neustadt. Otro gran historiador militar, el mayor Rudolph Lusar, en su
antológico German secret weapons of world war II, nos introduce igualmente en
el fascinante mundo de la tecnología secreta nazi.
"Interceptar,
pero no disparar" esta ha sido la orden que pilotos de combate de todo el
planeta han recibido desde que en 1947 comenzaran a ser acosados
sistemáticamente por estos misteriosos aparatos. El 24 de junio de aquel año,
un piloto privado llamado Kenneth Arnold inauguró la edad moderna de los ovnis
al divisar una formación de nueve aparatos que parecían sacados de la
imaginación de un escritor de ciencia-ficción. Más de medio siglo ha
transcurrido desde aquel histórico momento y, a pesar de ello, nadie ha sido
capaz de dar respuesta al enigma más apasionante del siglo XX: la naturaleza y
procedencia de estos aparatos.
En las
jornadas que siguieron a este primer avistamiento, los periódicos americanos se
llenaron con casos semejantes. Aquel mismo día, el prospector de minerales Fred
Jonson declaró haber presenciado el paso de la misma "escuadrilla"
avistada por Arnold. El avistamiento se prolongó por espacio de unos cincuenta
segundos, durante los cuales estos aparatos sobrevolaron a baja altura la
posición del señor Jonson, que observó como mientras esto sucedía la aguja de
su brújula comenzaba a girar de manera incontrolada. A este siguieron otros
casos que acapararon la atención del público durante todo el mes, los cuales,
curiosamente, parecían verse limitados exclusivamente a la esquina noroeste de
los EE.UU.
UN POCO
DE CIENCIA-FICCIÓN
Durante
la primavera de 1949, contando con apenas una docena de informes repletos de
datos irrelevantes, que fácilmente podían ser relacionados con fenómenos
ordinarios que nada tenían que ver con los ovnis llevó a los investigadores de
la comisión Hyneck a esperar cándidamente que los avistamientos se irían
desvaneciendo de una manera gradual y espontánea. No fue así, y nuevos casos
fueron contrariando sistemáticamente estas expectativas oficiales. Mientras,
los medios de comunicación se convertían en foro abierto en el que se discutía
la naturaleza y procedencia de estos aparatos. Sesudos profesores adoctrinaban
a la población sobre las posibles virtudes de la antigravedad mientras una
trouppe de desaprensivos pretendía montar fraudulentos espectáculos mediáticos
a costa del fenómeno (en realidad la cosa no ha cambiado tanto en cincuenta
años).
A
principios de junio de 1952, la fuerza aérea estadounidense tenía que vérselas
con otra gran oleada. Esta vez, los no identificados se permitían el lujo de
jugar impunemente con los pilotos que pretendían interceptarles y en el colmo
del descaro incluso sobrevolaban el espacio aéreo de la Casa Blanca a
velocidades cercanas a las 7.200 millas por hora. Los expertos militares
sacaron de esta experiencia una conclusión inequívoca. Fuera lo que fuera
aquello, indudablemente estaba controlado por algún tipo de inteligencia. Más
tarde, las apariciones se trasladaron a la zona de los grandes lagos. La prensa
no dejó de hacerse eco de esta nueva oleada y esta vez el tono de los
periodistas tenía un cierto tinte acusador hacia unas fuerzas aéreas que
permitían que aparatos desconocidos sobrevolasen sin control el cielo de su
país.
Pero lo
cierto es que esta historia había comenzado mucho años antes, en 1944, con unas
misteriosas luces que aparecieron sobre los cielos de la cuenca del Rhin.
Debajo, en la agonizante Alemania de las postrimerías del Tercer Reich,
técnicos y científicos se afanaban en ultimar armas secretas que cambiasen el
curso de la contienda. Aparecieron nuevas tecnologías como los infrarrojos, que
dotaron a los pilotos de cazas y bombarderos nocturnos de unos ojos mágicos que
les permitían taladrar las tinieblas para descubrir al enemigo. En este entorno
fue donde aparecieron los llamados Foo Fighters o Kraut Balls, misteriosas
esferas luminosas que acosaban a los pilotos aliados durante sus incursiones.
EL
REVOLUCIONARIO ARMAMENTO ANTIAÉREO ALEMÁN
Los
servicios de inteligencia aliados comenzaron de esta manera a saber de la
existencia de toda una nueva generación de armas que, de haber llegado antes,
podrían haber supuesto una última esperanza para el régimen nazi. Los químicos
desarrollaban proyectiles cargados con gases que explotaban violentamente al
penetrar en los carburadores de los motores enemigos. Los ingenieros trabajaban
en los llamados cañones sin proyectil, destinados a derribar a los bombarderos
americanos mediante violentas corrientes de aire a presión. Los laboratorios de
Telefunken trabajaban sin descanso en el desarrollo de mísiles guiados por
televisión, en cuyas pruebas se consiguió hundir un par de buques aliados sin
que ni siquiera supieran de donde les había venido el golpe mortal.
Al final
de la contienda, todos estos desarrollos fueron sistemáticamente por las
autoridades de los países aliados. Mucho se ha hablado del papel de los
norteamericanos en este sentido, pero mucho menos conocido e igualmente
relevante es el de los británicos, en cuya zona de influencia quedaba el llamado
reducto alpino, la zona de Alemania donde se encontraban la mayor parte de los
laboratorios secretos. Su industria aeronáutica se vio beneficiada por
múltiples de estos nuevos conceptos, entre los que destacaba el denominado
avión de succión, que empleaba la succión de aire como parte de su fuerza
sustentatoria, lo que le permitía despegar en espacios muy cortos y alcanzar
velocidades inusitadas para la época.
Así, los
años 50 constituyeron una época de espectaculares posibilidades para la
industria aeronáutica, coincidiendo con la época de mayor esplendor del
fenómeno ovni. Como continuación de los trabajos iniciados con el avión de
succión, se comenzó a experimentar con la aerodinámica de las superficies
porosas, un concepto que permitía que el propulsor se encontrara encerrado
dentro de la propia superficie de sustentación del aparato. A este respecto, el
ministro de aeronáutica Sir Ben Lockspeiser anuncio públicamente el desarrollo
por parte de la industria británica de nuevos modelos de aeronaves que en nada
se parecían a las conocidas hasta ese momento. En realidad se refería al
desarrollo de un aparato similar a un platillo volante y basado en un proyecto
alemán llamado Luftschwamm (esponja aérea), que se desplazaba sobre un colchón
de aire generado por una potente turbina encerrada en el interior de un casco
poroso.
PROYECTOS
FANTASMA
A pesar
de la considerable propaganda que en su momento se hizo alrededor de estos
proyectos, en un momento dado desaparecen totalmente de la escena pública
envueltos en una niebla de endebles justificaciones y dejando sin justificar un
agujero de cientos de millones de libras. Tras los espectaculares anuncios de
"aeronaves sin piloto", "aviones sin necesidad de
combustible" y aparatos con velocidades de crucero de más de 3.000 millas
por hora sólo quedaron un montón de preguntas y ninguna respuesta
satisfactoria. No obstante, queda constancia de que los ingenieros británicos
trabajaron por aquellas fechas en lo que denominaban aparatos de estabilización
giroscópica, naves discoidales cuyos bordes giraba rápidamente sobre sí mismos
mientras que en la cabina, en forma de cúpula, permanecía estacionaria en el
centro.
Durante
la gran oleada de 1954, el periodista Franco Bandini hacía retóricamente a sus
lectores la siguiente pregunta: "a la luz de la lógica y de nuestra
experiencia sobre los métodos generalmente empleados por las grandes potencias
en el desarrollo de armamentos, ¿Podemos barajar de una manera razonable la
posibilidad de que estemos ante algún tipo de arma secreta?" ¿Es posible
mantener un secreto de estas características? Por supuesto que sí, no tenemos
más que recordar que los ciudadanos americanos supieron de la existencia de la
bomba atómica al mismo tiempo que los desdichados habitantes de Hiroshima. sin ir
más lejos, los propios alemanes fueron capaces de ocultar factorías enteras
bajo tierra que jamás fueron descubiertas por la multitud de espías y aviones
de reconocimiento que intentaban infructuosamente dar con los centros secretos
de la producción bélica germana.
Las
cantidades de dinero precisas para llevar a cabo tan magnos proyectos a
espaldas del público se obtienen sin ninguna dificultad (no hay más que
recordar el llamado escándalo de la R. A. F. en la Inglaterra de los años 50, o
el estadounidense caso Irán-contra). Por último, la teoría del origen
extraterrestre de estos aparatos proporcionaría la pantalla de humo perfecta
para sumir en la más absoluta perplejidad a todo aquel que quisiera adentrarse
en el estudio de los no identificados y, de paso, establecería un escenario
ideal para la puesta en práctica de siniestras operaciones de control mental.
LOS
OVNIS DE MARCONI
El tema
de los ovnis fabricados por el hombre no quedaría completo sin hacer siquiera
una mención a una creencia moderadamente popular en Italia y en algunos lugares
de América del Sur según la cual, el inventor Guglielmo Marconi habría
levantado una ciudad secreta en algún lugar del continente americano. Su yate,
el Electra, era un verdadero laboratorio flotante en el que realizaba los más
variados experimentos y con el que hacía continuos y misteriosos viajes a
Venezuela por alguna desconocida razón. Narciso Genovesse, en su libro Mi viaje
a Marte, fue quien hizo la contribución decisiva para popularizar la historia
de la ciudad secreta de los Andes. En él, describe sus viajes interplanetarios
a bordo de los platillos volantes construidos por Marconi y sus descendientes.
Al
margen de estas rarezas, lo cierto es que durante los últimos diez años han
salido a la luz diversas informaciones que parecen apuntar en el sentido del
desarrollo por parte de los alemanes de aeronaves muy poco convencionales al
final de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, todo parece indicar que, como de
costumbre, algunos de los pedazos más suculentos de la historia de esta
contienda han sido sistemáticamente sustraídos del conocimiento público en
beneficio de la ?seguridad nacional?, incluido el epílogo que protagonizó el
almirante Byrd en 1947, al mando de una fuerza de intervención cuya misión era
invadir la Antártida (pero esa historia la reservaremos para otra ocasión). Hay
un pequeño detalle, estúpido si se quiere, pero que siempre me ha hecho
reflexionar sobre esta cuestión: ¿Se han fijado ustedes que los platillos
volantes de los 50 tienen aspecto de aparatos de los años cincuenta, los de los
60 tienen el aire típico de la década prodigiosa y así sucesivamente hasta
llegar a nuestros días? ¿Acaso los extraterrestres están al tanto de nuestras
modas y tendencias en el diseño industrial? Personalmente no lo creo? Es
posible –solo posible- que alguien haya puesto todo su esfuerzo en
condicionarnos para creer los aparatos que llevamos cincuenta años viendo
surcar ágilmente los cielos proceden de otros planetas, cuando la realidad,
podría ser muy distinta y mucho más siniestra. Si la CIA ya ha admitido
públicamente que escenificó avistamientos ovni de cara a la opinión pública,
¿cuánto nos queda por saber de este tipo de manipulaciones? Por todo ello,
querría acabar este reportaje reproduciendo el decálogo establecido en su
momento por el investigador Renato Vesco y que todo aficionado a los ovnis
debería, cuando menos, tener en cuenta:
1. Muchos
de los avistamientos ovni han sido generados por aparatos completamente
terrestres, fabricados con tuercas y tornillos como cualquier otro.
2. El
fenómeno no ha adquirido una dimensión apreciable hasta finales de la Segunda
Guerra Mundial.
3. Antes
y durante la contienda se experimento con toda una panoplia de medios
alternativos de propulsión.
4. Los
nazis experimentaron con aeronaves de forma discoidal y tubular.
5. Durante
la invasión aliada, algunos de estos aparatos fueron utilizados, como los
conocidos foo-fighters.
6. Americanos
y británicos se llevaron la parte del león de la tecnogía nazi, incluyendo a
sus más brillantes cerebros.
7. Algunas
divisiones alemanas se ocultaron al final de la guerra en bases secretas en la
Antártida y las selvas de Sudamérica.
8. Toda
la tecnología creada por los nazis fue posteriormente desarrollada por los
aliados, incluidos los misiles teledirigidos y los aviones a reacción.
Curiosamente, nunca se volvió a saber de las naves discoidales.
9. Durante
la segunda mitad de la década de los cuarenta y la primera de los cincuenta se
produce un inusitado número de avistamentos en especial en Norteamérica,
América del Sur y sur del continente africano.
10. A
pesar de tratarse oficialmente de alucinaciones colectivas, globos sonda y gas
de los pantanos, los documentos relativos a los ovni siguen siendo guardados
con extremado celo bajo sellos de alto secreto.
Si
juntamos todas estas piezas, es difícil no llegar a la conclusión de que algo
muy extraño lleva sucediendo en este planeta desde hace más de cincuenta años.
Tampoco debería extrañarnos. Ya se sabe que la realidad tiende la mayor parte
de las veces a ser más extraña que la ficción.
30/04/2001
Akasico

