RECUERDOS DE UN PLATILLO VOLADOR
por
Celedonio González
Remigio
Bravo era médico y se casó con mi prima Cuca. Al principio vivieron en el
poblado de Manicaragua, famoso por sus vegas de tabaco y otras cosas menos
enaltecedoras. Después de un tiempo se mudaron para Santa Clara.
Remigio y
Cuca murieron juntos en un accidente en la Carretera Central. Por eso yo le
tengo miedo pánico al destino, por muchas cosas, pero aun más después de
aquella muerte de mis parientes. La pareja, que casi siempre andaban juntas,
iba en un autobús para la playa de arena fina de Varadero. Cerca del pueblo
Coliseo, allí donde ganó la batalla del mismo nombre el inmortal Máximo Gómez,
esperaba una cita cruel con el destino y cuando estaban a las alturas de ese
descolorido poblado, un auto se telescopio contra la guagua, precisamente en el
lugar que estaban los asientos que ocupaban mis dos parientes. Yo vivía lejos
cuando ocurrió el hecho y no sé con certeza si murieron instantáneamente o en
algún hospital de las cercanías.
Remigio era
especialista en garganta, nariz y oído. En eso yo estaba en el Instituto
haciendo el bachillerato y casi todos los días atravesaba el parque Vidal y
caminando por un costado del Palacio de Gobierno tomaba por la calle Buenviaje,
hasta la mitad de la cuadra, que era donde ellos vivían. Yo creo que siempre
llegaba después del almuerzo porque sólo recuerdo a Remigio sentado en un
sillón, mirando para un patio interior, con un tabaco en la boca.
En una de
esas llegadas me dijo Cuca: ¿Tú no sabes que remigio vio un platillo volador?
Yo, que en esa época no cría ni en la Cordillera de los Andes, le respondí ¡Ah,
sí! y seguí mi rutinaria escapada de las aulas sofocantes del mediodía,
adentrándome en aquella casona que podía esconder a un guerrillero urbano por
año y medio. Pero en otra ocasión me encontré con Remigio y como estaba bobo
mirando las volutas de humo que salían de su tabaco rumbo a la mata de
chirimoya del patio interior y yo no tenía de qué hablar, en lugar de juntarme
a sus estáticas contemplaciones, le pregunté: ¿Verdad que viste un platillo?
Sí, desde aquí, me respondió. Cuca me lo dijo el otro día, pero se me había
olvidado comentarlo contigo. Todo esto debe haber sido dicho con la pedantería
y autosuficiencia esa tan chocante que se lleva encima a los 17 años. Remigio,
puede que no comprendiera mis intenciones o quizás que fuera medio filósofo,
desde su estancia en Manicaragua, y no demostró disgusto alguno. Entonces, con
sus mejores gesticulaciones, empezó a explicarme.
Mira, yo
estaba sentado aquí mismo. Creo que dormitaba, como siempre me pasa en este
sillón después del almuerzo. Pero de repente aunque yo no miraba en esa
dirección noté, de soslayo, que había algo extraño que se podía vislumbrar por
dentro de los gajos de la mata de chirimoya. Me espabilé del todo y me puse a
mirar fijamente para el objeto que estaba allí. Y me apuntó con el dedo para
cierto espacio azul y desocupado del firmamento. Yo estaba escuchando con la
misma atención que prestaba al sermón del cura todos los viernes primero de
mes, pero se me vino a la mente la lógica pregunta. ¿Y qué forma tenía? Era
exactamente igual a un tabaco - contestó Remigio Bravo.
Ya no
recuerdo mi reacción pero la adivino. Sé que me marché antes de tiempo y me fui
a sentar al parque con aquella impedimenta gigantesca de libros y libretas, que
casi nunca usaba.
Pasaron los
años, Remigio y Cuca estaban enterrados. Engavetado en ese lugar maravilloso y
desconocido que es nuestro cerebro, estaba el testimonio del platillo
atabacado, ni siquiera yo sabía que estaba allí. Empezaron a salir platillos
voladores por todas partes y empecé yo a interesarme por el fenómeno más bien
buscando como Colón, nuevas tierras, ya que me había empezado a dar cuenta que
ésta se estaba deteriorando. Encontré un libro de un experto en el que decía
que la madre nave de los platillos tiene la invariable forma de un tabaco y ahí
mismo la computadora cerebral dió la señal de alarma.
Que sean
estas líneas finales un recuerdo afectuoso para aquellos dos familiares míos
que murieron como siempre habían vivido.
Fuente:
Diario Las Americas - pág.6 - miércoles 7 de Septiembre de 1983
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